martes, abril 28, 2020

La guerra del pan. (la pela es la pela).

Creo que en la vida he visto titulares tan distintos y opuestos para describir el mismo hecho.

En ABC se hacen eco de que Mercadona pierde un 95% de su beneficio en marzo por los gastos extraordinarios que ha tenido que afrontar por culpa del Covid, y en Diario 16 por su parte hablan de la subida "insolidaria y sin pudor" de precios que podría suponerles unos beneficios anuales del 70%.

Lo que si coincide toda la prensa es en señalar que los supermercados han incrementado sus ventas, el ABC lo cifra en un 14%, pero es fácil llegar a la conclusión de que en realidad ha sido mayor.

Basta con ver cuantas empresas decían vender toda su producción a la hostelería y que tras el cierre de ésta ya no lo hacen. Ayer hablaban de las marisqueras que ahora solo venden a las grandes superficies lamentando que su principal cliente eran los bares y restaurantes. El precio que estaban dispuestos a pagar al productor estos últimos por un género de mejor calidad era mayor que el que pagan las grandes superficies. A fin de cuentas el valor añadido al que lo vende el restaurante es muy superior al beneficio que puede obtener un supermercado que basa su beneficio en el volumen de ventas.

Tanta gente comiendo en restaurantes, tomando tapas en bares o comiendo en comedores de empresa o caterings de colegio, ahora siguen comiendo y lo hacen en casa y por tanto la compra que hacían bares, restaurantes y empresas de catering se ha trasladado a las familias que hacen su compra en el super. Un 14% de aumento de ventas me parece poco aumento porque también se incluye toda la bebida que antes se tomaba exclusivamente en bares y lugares de ocio. Vale que se bebe menos que saliendo... pero a juzgar por la estantería de las cervezas del Lidl, ahora se bebe en casa como si fuéramos europeos del norte.

Al principio, el miedo dejó las estanterías de los supermercados sin papel higiénico. A mi me da grima plantar un pino en el servicio de un bar, pero sin duda, como ocurre con la comida, hay una cantidad de papel que antes compraban los bares en cooperativas que ahora se utiliza en los hogares aunque no es tanto como para justificar que se agote. El problema era más bien logístico, se trata de un producto que por volumen produce poco beneficio por lo que no podían ocupar más almacén del que normalmente ocupaban y por tanto no podían cubrir la demanda puntual. Era cuestión de tiempo que en las casas hubiera un excedente de papel, por el mismo problema de almacenamiento y que se relajase su venta como así ha sido.

El del papel, es un detalle anecdótico. A los supermercados tampoco les interesa que la gente compre mucho papel pues el carro se llena demasiado pronto y reduce los beneficios en otros productos, conclusión, no falta papel.

Por lo general los supermercados aumentan el espacio dedicado a la venta de un producto cuando este tiene mucha salida, salvo que como el papel, genere un problema de almacenaje y sepan que el consumo no ha aumentado en proporción a las ventas porque se trate de una previsión apocalíptica.

Sin embargo hay un producto, o mejor dicho un conjunto relacionado de ellos, que sí tropieza con la política comercial usurera y antisocial de algunos centros comerciales. Hace unos pocos años, empresas como Mercadona y Lidl entraron en una guerra con pastelerías y panaderías por el mercado del pan y la repostería que incluso llevó a una regulación de la producción y etiquetado del pan. El pan, alimento denostado y devaluado durante años había recuperado su fuerza con masas madres, realizados a partir de cereales diversos y con formas atrayentes que había generado un negocio de masas precocinadas y congeladas que servir en nuevas cafeterías que hábilmente dejaban escapar el olor de las mismas a la calle para atraer a sus compradores como moscas a la miel. Hacer pan, vestirlo de lujo y venderlo a precios atrayentes en lugares de paso obligatorio o incluso a la entrada de los supermercados se había convertido en una moda muy lucrativa.

Pero el boom del pan y la repostería llegó también a internet y empezaron a venderse libros e impartir cursos para hacerlo en casa. Alma Obregón e Ivan Yarza son dos nombres que se me ocurren al respecto de lo que se puede hacer en casa con resultados que no envidian a las mejores panaderías y pastelerías.

Con el confinamiento, ir a comprar pan no era una prioridad para nadie por lo que las panaderías podían sufrir un descenso de las ventas que de nuevo se redirigía a los supermercados aunque estos tampoco veían que subiera sus ventas pues con la dinámica de la cuarentena al hacer menos compras con más volumen, estas se realizaban para más días, y el pan del super no dura tanto. Claro que se podía congelar, pero ¿quien congela pan si necesita espacio para los demás congelados?

Así que a los que ya hacían pan en casa se sumaron otros que normalmente no lo hacen. Un pan, sin los ingredientes adecuados no es que esté condenado al fracaso, pero si a ello se suma la falta de experiencia era bastante probable que no se convirtiera en una nueva costumbre.

Para supermercados como Mercadona y Lidl, que de repente la gente se pusiera a hacer su propio pan era un riesgo y seguramente compartían su miedo con todas las panaderías a las que a su vez habían quitado buena parte del negocio.  Cuando se calcula el coste energético de hacer el pan en casa y se suma el precio de los ingredientes cualquier panadero aficionado en su casa se percata de que el valor añadido que los supermercados aplican al pan es equivalente a aquel que sacan los bares por sus chuletones de buey con la diferencia de que por lo general el chuletón queda más bueno en un buen restaurante y el pan, si sabes hacerlo, queda mejor en casa.

Hacía falta desincentivar a la gente para hacer su pan y por eso, en los supermercados, al menos en Lidl, Mercadona y diría que también en Hipercor, llevamos más de un mes con una carencia sistemática de harinas de fuerza y levaduras de pan. Lo que nos lleva a que los supermercados no venden lo que la gente quiera comprar, sino que hacen que la gente compre lo que a ellos les interesa vender que  no es necesariamente lo más saludable, ni ecológico sino aquello que más beneficio les pueda producir.

En tiempo de guerra, siempre hay fabricantes de armas que se forran con sus ventas y comerciantes que acaparan productos básicos para vender más caro. En esta crisis, hay muchos aprovechados, pero que no nos engañen, los supermercados están haciendo el agosto y todo gasto adicional que realizan, se justifica por el aumento de beneficio que  les proporciona.


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