domingo, junio 24, 2007

Crónica de un fracaso desapercibido.

Que fácil es hablarle a todo el mundo sin que te escuche. Este artículo lo acabo de encontrar en mi PC y me he dado cuenta de que sigue siendo actual precisamente por no hablar del presente, como sé que son pocos los que lo van a leer y menos los que le van a hacer caso pues ahí queda para que dentro de otros 40 años pueda valorar si tenía razón.

“Dime cuan joven me ves y te diré cuan viejo eres”, es una cita que me atribuyo a mí mismo pues no recuerdo haberla oído o visto antes, aunque no deja de ser una verdad de Perogrullo. Bien analizada, dependiendo del porcentaje de gente que te considera joven o viejo, eres realmente joven o viejo. Al margen de ello da igual lo joven que te consideren todos los que son mayores que tú, lo cierto es que uno es tan viejo como se cree que es sin importar la edad que tiene. No quiere ello decir que una persona de 90 años que se crea tener 20 pueda hacer las cosas de una persona de 20. Por lo general la mayoría de los “jóvenes” de 20 años no pueden hacer la mayoría de las cosas que se les atribuyen, aunque cuando tienen 80 la mayoría declara que cuando tuvo 20 había pocas cosas que no pudiera hacer. Esto último lo único que refleja es que si esa persona de 80 pudiera volver a los 20 sabiendo lo que ahora sabe, quizás intentaría hacer todo aquello que no pudo o no se atrevió a hacer y a lo mejor no haría algo de lo que sí hizo.

Yo no tengo 80, estoy más bien a mitad de camino, por lo que hablar de cuando tuve 20 quizás no resulte exactamente igual que si tuviera 80. Sin embargo, por analogía mi discurso de cuando tuve 10 es el mismo. De hecho he cambiado de fase al menos un par de veces desde que tuve 20 por lo que es posible que mi memoria sea capaz de recordar más aspectos de dicha edad que si tuviera 80 y probablemente sea más fácil recordar que es lo que habría hecho que no hice o viceversa.

Muchas veces he escuchado aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor, aquellos maravillosos años... en realidad no se refiere a una época como tal, sino en términos relativos a la edad de sus protagonistas. Se tiende a recordar la juventud o la niñez como la mejor época de la vida de cada persona, supongo que si se pudiera llegar a los 150 años de edad ampliaríamos el espectro y también consideraríamos la primera o segunda madurez como las mejores épocas de nuestra vida.

Yo creo que al considerar la juventud o niñez como la mejor época, lo que hace es recordar unos tiempos en los que se tomaron unas u otras decisiones que acabarían marcando el camino del resto de una vida. Incluso si dichas decisiones no fueron correctas se recuerdan dichas épocas pensando que es lo que habría sido de uno si hubiera tomado otra decisión en lugar de la que tomó. Supongo que esto último es lo más común pues es fácil soñar a toro pasado con que otra decisión habría llegado siempre a un fin mejor.

Una vez alcanzada la mayoría de edad y sin haberme emancipado de mis padres recuerdo un pensamiento que me ha acompañado hasta ahora, “... pues si ésta es la que tiene que ser la mejor época de mi vida... que triste tiene que ser el resto”. Es este recuerdo el que me hace mirar hacia atrás y descubrir que en mi caso, lo dorada de aquella época lo es solo en términos relativos comparándome con otras personas que en otras sociedades o en la misma, se puede decir que simplemente no dispusieron de aquella. Como los niños que son secuestrados para convertirse en soldados que carecen de infancia o aquellos que abandonaron sus estudios a los 14 años y pasaron a vivir una edad adulta sin disfrutar de su juventud.

Yo sí tuve infancia, también tuve adolescencia y juventud, pero si tengo que recordar esa época como la mejor de mi vida lo único que hago es, como anticipé entonces, indicar lo triste que considero la vida actual que llevo.

No fue antes de los 20 años que mi madre me confesó con orgullo que en el colegio el profesorado no apostaba un duro por mi futuro, que si no cambiaba, conforme ellos lo veían iba encaminado a ser un fracasado en su peor acepción de delincuente y marginado social. Supongo que mi madre no les creyó, y el hecho de que hubiera llegado a la universidad era una clara señal de que los profesores estaban equivocados.

Más de una vez he comentado mi niñez en términos de “outsider”, ese caballo por el que nadie apuesta y que una vez da la sorpresa y gana una carrera contra todo pronóstico. Cuando el favorito gana una carrera, por lo general todos lo celebran, es lo que se espera que pase y el ganador es una figura a seguir y envidiar, sin embargo cuando gana el outsider, como nadie ha apostado por él y los que han apostado han perdido por su causa, el outsider no es envidiado, es simplemente odiado por haber roto los pronósticos. Más aún, el outsider no suele ganar otra vez, pues en ese caso ya no sería outsider sino favorito por lo que si alguien decidió apostar por él en la siguiente carrera lo más probable es que volviera a perder, incrementando el odio que se siente por el outsider.

¿Por qué consideraba el profesorado que iba a ser un fracasado?, la verdad es que nunca he sabido la razón, solo he podido especular sobre las razones en base a los recuerdos que más me marcaron de entonces.

Mi principal teoría, al menos la que siempre he promulgado, analiza prácticamente los 8 años de colegio de una manera un tanto simple. En primer lugar, no fueron 8 sino 9 los años que estuve en el colegio. En lugar de empezar el colegio con 6 años yo lo hice con 5 con lo que el primer curso lo tuve que repetir al igual que otros compañeros. Curiosamente mi primer primero tiene a su vez un contexto histórico, aquel año murió Franco aunque no creo que aquel hecho me afectara mucho personalmente. Lo que sí lo hizo fue el profesor que entonces tenía, lo recuerdo como un profesor liberal, melenas y con barba de hippie que usaba una guitarra y un loro como material de apoyo.

El siguiente año, primero otra vez, ese profesor no estaba ya en el colegio, en su lugar vino Don Vicente, profesor a la vieja usanza y mucha disciplina por medio del castigo (que a la fin y a la postre fue la tónica durante toda mi época escolar). A lo mejor, recordando el profesor anterior, a los repetidores se nos castigó algo más de la cuenta para que no nos influyera de ninguna forma y no pudiéramos influir a su vez al resto de la clase con ideas revolucionarias... (¿de niños de 6 años?).

En casa las cosas no eran muy distintas pues también había bastante disciplina, a ello atribuyo un hecho que se pudiera confundir con indisciplina cuando en realidad lo que indicaba era todo lo contrario. En segundo me castigó el profesor, no recuerdo por qué, a pasarme el recreo en el callejón de los castigados al lado de la sala de profesores, prohibiéndome salir del mismo hasta que él me lo indicase. No salí ni por una necesidad imperiosa de aliviar mi vejiga con lo que utilicé un desagüe para aliviarme. El recreo finalizó pero nadie pareció acordarse de mi. Supongo que cuando el profesor se percató de mi ausencia me buscó creyendo que le estaba desafiando (¿con 7 años?) y cuando me encontró, a todo esto donde tenía que estar, me llevó a clase propinándome más de un golpe. Al llegar a clase, quiso hacer el castigo ejemplar delante del resto de los alumnos. Pero ahí empecé a correr entre las mesas para disfrute y alboroto del resto de los compañeros y para mayor cabreo del profesor... supongo que cuando habló con mis padres comentaría el alboroto mas no la causa.

Ser zurdo no puro tampoco me ayudó mucho, pues fui capaz de aprender a escribir con la derecha con muchos problemas, generando con toda probabilidad un problema de orientación espacial que me ha acompañado toda mi vida al tener que emplear más de tiempo que el habitual en distinguir la derecha de la izquierda.

En quinto quise erigirme como líder y formé una pandilla de recreo. Era fácil, solo había que poner una lista y “permitir” a otros compañeros el privilegio de pertenecer a la misma. Seríamos unos catorce o quince de una clase de mas de cuarenta y empezamos el recreo con una guerra de piedras contra el grupo de marginados repetidores de la clase. No se como pasó, pero de repente el matón de la clase decidió aliarse con los marginados y nuestra pequeña ventaja numérica se convirtió en abismal desventaja, las deserciones fueron masivas y llegó un momento en el que éramos dos contra todos los demás, no habían suficientes piedras para todos por lo que empezó una persecución que acabó con el matón propinándome una paliza y proclamándose líder y cacique indiscutible de dicha promoción. Desde entonces y hasta que acabé el colegio todo aquel que quería alcanzar el favor del líder tenía que enfrentarse a mí. Supongo que de cara al profesorado siempre que había un conflicto yo estaba en el mismo y a los ojos de los mal llamados pelotas (por sacar buenas notas) yo era un buen tipo que no se metía con ellos y que recibía todos los palos por ellos.

Estando el profesorado, influenciado o no por lo que podían ver en mis relaciones con el resto de la clase, lo cierto es que no debía ser muy buen estudiante pues aún conservo el titulo de graduado escolar. Mi nota, 5. Suficiente... aún no he visto a nadie que habiendo superado el graduado escolar lo haya hecho con una nota inferior a 6. A veces hay quien dice que eso era debido a que era muy inteligente pero más bien tirando a vago. En sexto recuerdo cuando el profesor, Don Miguel, explicó que había que contar los anillos del tronco de un árbol para saber su edad... yo le pregunté como lo hacían para que el árbol no dejase de cumplir años y me expulsó de la clase, marcando dicha expulsión en el libro de calificaciones.. Aquello provocó el cabreo de mi padre pues no creo que creyera que aquella había sido la causa. De hecho, reunidos mi padre, el profesor y yo, el profesor no recordó la razón de la expulsión. Hay quien dice que dicha pregunta fue realmente inteligente... pero visto el resultado, lo inteligente habría sido mantenerse callado. Pero es que durante toda mi vida, y aún ahora, no he sabido mantenerme callado, y esto que desde cierto punto de vista se considera una virtud, en mi caso, no se me ha llegado a considerar virtuoso por ello, sino más bien tirando a bocazas.

Mi problema es que cuando alguien me conoce por primera vez, se sorprende por mis conocimientos en uno u otro campo, pero tarde o temprano descubre que parece que tengo amplios conocimientos en todos los campos, más solo lo parece pues lo que hago es demostrar todos los conocimientos que tengo de un campo con lo que cuando se va mas allá se descubre que no es tanto lo que se. La tendencia es después a considerar que todo lo que digo es erróneo... es decir que soy un bocazas.

Cuando intento comprenderme a mi mismo, siempre llego a la misma analogía, soy como un pato... (¿patoso?), sí, también. Pero no es esta la razón de la analogía. Un pato es capaz de volar pero hay muchos pájaros que vuelan mejor que él, también es capaz de andar pero estaría muy atrás en el ranking animal de caminadores así como es capaz de nadar... sin comparación con ningún pez. Cuando habla de nadar con un pájaro parece que sabe, o cuando habla de volar con un pez es un autentico experto. Pero tarde o temprano hablará de nadar con un pez y este último llegará a la conclusión de que es un mal nadador, y si el pez habla con un halcón, este le dirá que el pato es un mal volador y el león a su vez le dirá que es un mal corredor... En este mundo si alguien es bueno en todo es un genio, si no, es mejor que no se dedique a muchas cosas o le llamarán pato... o bocazas.

Ahora miro atrás y veo que tuve una infancia. Que no todo el mundo puede decir lo mismo, pero descubro que quería ser un líder pero que como buen pato... no tuve suficiente liderazgo, más bien ninguno. Que me encerré en un mundo imaginario en el que era un líder capaz de todas las hazañas y al tiempo era el objeto de las mofas, burlas y golpes de mis compañeros. Que para terminarlo de fastidiar, el matón del barrio se ensañaba con mi persona en cuanto tenía ocasión por lo que a no disfrutar del recreo en el colegio se sumaba el miedo a cruzarme con este último en la calle. Soñaba despierto con que llegarían tiempos mejores, y seguí haciéndolo toda mi vida... hasta ahora... que me doy cuenta que los mejores tiempos no siempre son los que están por llegar. Que cada uno tiene un tiempo en el que todo puede ser mejor... y que si no lo aprovecha, después recordará ese tiempo como sus mejores tiempos, no porque efectivamente lo hubieran sido sino porque pudieron haberlo sido.

Cuando los mejores tiempos que recordamos se valoran mas por lo que pudieron haber sido que por lo que realmente fueron, podemos hablar de fracaso, y en ese sentido, mi vida ha sido un fracaso, desapercibido, pero un fracaso al fin y al cabo.

2 comentarios:

Nautita dijo...

Es bueno saber que no somos los únicos, y mas bueno saber como otros encuentran soluciones a los mismos problemas.
Cuando en el 2º grado me convencieron de que era inteligente, me maldijeron para toda la vida, resulta que no era inteligente, tenia habilidad manual, pues inteligente es mi amigo que es abogado y gana suficiente para que otros habilidosos le provean de lo que el quiere tener.
Ayudando a encontrar informacion para una amiga cuyo hijo padece sindrome de atención dispersa e hiperactividad, por los síntomas que ella me describia, caí en cuenta de por que yo no habia llegado al grado de ingeniero, por resumir uno de los mas grandes fracasos, padre de otros hijos fracasos; por que me costaba tanto sudor mantenerme en un mismo trabajo durante mucho tiempo, etc.
Es entonces que uno empieza a pensar que hubiese sido si se me hubiese diagnosticado, si se me hubiese medicado, podria haber alcanzado el "exito".....
A veces la vida parece una verdadera M., pensando en hacer lo mas y mejor en los pocos años que esta dura, la mayoria de las veces no sabemos como y cuando sabemos no podemos.
En los dias que están transcurriendo en mi vida, estoy rodeado de circunstacias adversas que aunque autoimpuestas (por la elección de una nueva forma laboral), me permiten pensar de una manera diferente.
Y puedo ver que el fracaso o continuidad de fracasos no son sino
el trampolin para un perfeccionamiento y purificación del alma.
Si se tratase del exito de las metas propuestas realmente estoy fregado (frito, condenado), pero tengo un privilegio, creer en Dios, y en sus palabras, y es alli que encuentro que el exito reside en estar preparado par una vida que no dura a lo sumo 70 u 80 dolorosos años, sino una eternidad.

Anónimo dijo...

Supongo que la moda actual está en diagnosticar cosas que no se veían antes para concluir que no tienen solución o no solucionar nada que para el caso es lo mismo.