viernes, abril 21, 2023

Fecha de consumo preferente.

 Llevo unos meses viviendo con un dolor permanente, no es nada grave si reglamos la gravedad en función de la probabilidad de morir por ello. No me han diagnosticado ningún cáncer o enfermedad terminal, cosa que solo afecta a la estadística que fija una fecha de caducidad estimada en función del tipo y grado de cáncer o enfermedad.

A veces miro la televisión y me rio, por no llorar, cuando veo por ejemplo las protestas por la ampliación de la edad de jubilación en Francia. Ahora se jubilarán a los 64 y lo justifican en la dificultad de mantener el sistema de pensiones. En España, la edad de jubilación la han retrasado a los 67, pero ya hace tiempo de que se decretó y como se hace gradualmente se aplicó el principio de la olla de caracoles. Calentarlos poco a poco para que vayan saliendo hasta que la temperatura haya llegado a una temperatura en la que ya no pueden protestar volviendo a la concha. Los que se jubilaban cuando lo promulgaron no resultaban afectados y la mayoría de los que trabajaban entonces lo veían o demasiado lejos, con lo que el problema no era cobrar la jubilación sino seguir trabajando, o demasiado cerca, en cuyo caso no les cambiaba la fecha.

Dicen que lo que no hay es dinero para pagar las pensiones, lo que no explican es que la solución que aplican se basa simplemente en la reducción de los pensionistas por el método simple de que se mueran antes de que puedan cobrar la pensión.

Lo gracioso, y pido perdón porque gracia, lo que es gracia no tiene ninguna, es que lo justifican en que cada vez se vive más. No voy a ponerme a buscar, pero ya hable de que precisamente en Francia ya habían constatado que la esperanza de vida había dejado de subir para empezar a bajar. Como las estadísticas se hacen una vez muertos no podemos afirmar que vayamos a vivir más o menos que nuestros mayores. Lo que hay es una estadística que decía que cada año, los que iban muriendo lo hacían con más años que los que les precedieron. El problema de fondo es que hasta hace unos años, la esperanza de vida de las generaciones anteriores estaba marcada por épocas con una mortalidad infantil muy elevada que hacía que la esperanza de vida fuera muy inferior. Por poner un ejemplo, la esperanza de vida de un hombre de cromañon no era superior a 40 años, pero ese es el promedio de edad a la que llegaban, como resultaba que la mayoría morían entre el nacimiento y los 15 años, en realidad la edad a la que llegaba la población de más edad estaría entorno a los 70 años que no es tan diferente de la actual, unos cuarenta mil años después.

Factores como los plásticos, los aditivos cancerígenos, la contaminación del aire o del agua e incluso el estrés o la exposición a diversos tipos de radiación a los que no estuvieron sometidos nuestros antecesores nos invitan a suponer que la esperanza de vida no va a ir en aumento y que efectivamente va a descender. Con ello, subir la fecha de jubilación es una respuesta segura para dejar de gastar dinero en pagar pensiones a largo plazo. A corto supone que si el trabajo sigue ocupado, no estará vacante para que el nuevo trabajador pueda ocuparlo, y con ello se explica la razón por la que no solo retrasan la edad de jubilación sino que además amplían el tiempo que hay que cotizar para cobrar la misma. A medio plazo se están garantizando que los siguientes jubilados no puedan cobrar el total de su jubilación.

Si una epidemia se llevase por delante a todos los niños de una generación, la esperanza de vida del resto no se vería afectada porque es un cálculo falaz. Cuando nos dicen que ahora vivimos más años, lo único que están diciendo es que mueren menos niños. Lo cual va a ser cierto sin necesidad de esa hipotética epidemia porque lo que sí que hay son menos nacimientos y por tanto, lo que disminuye es la probabilidad de que mueran más niños.

Aumentar la fecha de jubilación, acaba afectando sobre todo al tiempo que nos resta de vida antes de alcanzar la fecha de consumo preferente. Porque una cosa es la esperanza de vida, que como he dicho, depende de cuantos niños mueren y que a su vez depende de cuantos nacen y de la cantidad de gente que hay en cada grupo de edad; que otra es  la edad más probable de fallecimiento una vez superada una edad o la edad máxima a la que se puede llegar y otra cosa muy distinta es la fecha de consumo preferente, es decir, la edad a la que llegamos sin decir que ya estamos muertos aunque nadie se haya dado cuenta.

La legislación actual permite, al menos en España, anticiparse en ciertas ocasiones a la fecha de consumo preferente. Lo llaman eutanasia, y básicamente consiste en borrarse del sistema cuando ya no valga la pena seguir viviendo por un padecimiento grave, crónico o imposibilitante como pudiera ser el Alzeimer, que elimina a la persona antes que al cuerpo que la contiene. Otros que no tienen ese padecimiento demostrable optan por quitarse de en medio y ciertamente los suicidios en España han aumentado considerablemente en los últimos tiempos... (= a tiempo cotizado sin percibir una pensión...) pero la mayoría acaban aparcados a partir de cierta edad en residencias públicas, privadas o en casa de sus hijos o abandonados en las suyas propias sin poder decir con propiedad que están vivos. De hecho, cuando se les pregunta, si son capaces de contestar, solo saben decir que están esperando al momento de morirse o que directamente ya se están muriendo.

Lo cierto es que en realidad, todo el que nace, desde el momento en el que lo hace, ya se está muriendo. La estadística nos da una esperanza de vida al nacer que tanto puede suponer que moriremos en el parto como 76 años después. Conforme pasan los años sin haber muerto desangrado al nacer, por un golpe accidental con un columpio a los 4 años, o haber superado una infección a los 10, nuestra fecha de caducidad va cambiando, aunque no nos libra de que nos pueda caer una maceta al salir a la calle o que nos caiga un rayo paseando por el campo. Un diagnostico, temprano o no, de una enfermedad terminal nos puede cambiar el grupo estadístico al que pertenecemos y sin que cambie la probabilidad de morir por un golpe de geranio enclaustrado o fulminados por un rayo en el campo, hace que se perciba con más claridad la fecha de caducidad. La enfermedad puede resultar imposibilitante hasta el punto de que llegue un momento en el que a pesar de estar vivo, ya no se vive; es lo que yo llamo, fecha de consumo preferente. Este puede coincidir con la fecha de caducidad, es decir, que se pueda llevar una vida normal hasta que se deje de vivir.

la gente que no es consciente de que tiene una fecha de caducidad y a su vez desconoce que antes de la misma llega la fecha de consumo preferente, se trata a si misma como esos yogures que olvidamos en la nevera y que tiramos a la basura sin consumirlos porque han caducado.

No soy de los que considere que la vida es un regalo que nos haya dado nadie, porque por las mismas, independientemente de lo que hagas, te la van a quitar. Somos más bien una simple casualidad estadística que nos vio nacer y que por efecto de la  evolución nos permitió ser conscientes de ello y disfrutar del tiempo que nos mantenemos en dicha conocimiento. Esa debiera ser la mayor aspiración de toda persona antes de alcanzar su fecha de consumo preferente. La de disfrutar de la vida porque el único sentido que tiene seguir vivo es la de disfrutar de ello.

 Todo para acabar recomendando que el conocimiento de la fecha de caducidad no te impida disfrutar del producto, de vivir realmente la vida antes de que llegue ese momento. 

 Lo único que lamentaría es no tener más tiempo para disfrutarlo por culpa de retrasar la edad de retiro, pero criticar al legislador no deja de ser una forma de disfrutar del momento.

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