jueves, octubre 29, 2009

Una de naturaleza humana

¿Cuántas veces no habremos pensado en un cierto lugar, después de haberlo visto por televisión o haber escuchado sobre el mismo, con la convicción de que definitivamente no es un lugar en el que pudiéramos vivir?

Después, nos hemos sorprendido al observar que en las mismas imágenes se ven niños sonriendo o jugando entre la basura o los escombros de una guerra y lo hemos confundido con esperanza, fuerza de voluntad o inocencia por no haber conocido un mundo mejor.
De la sorpresa a la indiferencia se pasa en un par de noticias, y muchos, llegan a olvidarlo cuando descubren que su equipo ha ganado y está primero de la liga, copa o como quiera que se diga…
No soy muy futbolero, nunca lo he sido, aunque he de reconocer que me alegraba cuando el Villarreal ganaba. Mi escasa afición hacía que no lo descubriera en directo sino en el telediario por lo que seguramente fuera uno de esos que pasaba al estado indiferente a la desgracia pocos minutos después de redescubrirla.

Quiero creer que esta preocupación por el mundo no se debe a que el Villarreal no me saca de mis pesares al escuchar las noticias por ir el último o casi pero de todos modos no me estoy refiriendo a ninguna noticia en particular, en realidad me refiero a esa sonrisa inocente que tan lejana e irreal nos parece pero que sin embargo es más cercana de lo que nos pensamos.
Esa sonrisa tiene su expresión adulta en toda aquella gente que por una u otra causa decide vivir, o al menos intentarlo en aquellos sitios en los que como he dicho antes muchos aseguran que lo evitarían a toda costa y aseguran que evitarían que la situación llegara a los extremos en los que allí se viven.

No hace falta irse muy lejos para encontrar gente que no estaría dispuesta a vivir en sitios en los que otros viven tranquilamente. No hace tanto tiempo recuerdo que tenía amigos que se sorprendían cuando decía que iba a Bilbao regularmente, me tachaban de loco por el supuesto peligro que allí había. Ciertamente, la primera vez que fui, me llamó la atención que hubiera más policías en la estación de Abando que pasajeros, y por la noche, al salir a cenar me encontré con la curiosa circunstancia de que habían suspendido el servicio de autobuses para evitar que los borrokas les pegaran fuego y sin embargo salimos… una vez fuera íbamos preguntando a los policías sobre el lugar en el que se encontraban los descerebrados y los esquivábamos hasta que llegó un momento en el que no me dejaron salir de un pub porque el jaleo estaba en esa calle… en un lado lanzando botellas y en el otro pelotas de goma (que son de todo menos blandas… las pelotas y las botellas) y dentro… seguía la música y la gente bebiendo como si tal cosa. Se habían acostumbrado y en realidad, con tantos policías, he de decir que debía ser la ciudad más segura de España.

Ahora no hay tanto ruido en Bilbao, por fortuna, pero sigue habiendo suficiente para que mucha gente siga pensando que no vale la pena pasar por allí. Quizás parezca exagerado para algunos pero solo hace falta cambiar el lugar para que haya más gente que vuelva a pensar en el peligro de vivir en ciertos lugares, así, seguramente encontraríamos muchos más que considerasen extremadamente peligroso mudarse a Tel-Aviv por razones similares y no considerase Madrid en el mismo saco a pesar de que probablemente han fallecido más personas por atentado terrorista en esta última.

Nos acostumbramos, asumimos el riesgo, lo ignoramos y la tendencia es la de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio. La cosa cambia cuando nos desplazamos, durante un tiempo nos ocurre que nos hemos desplazado físicamente pero nuestra mente sigue anclada en la viga anterior y solo vemos las vigas ajenas, después, poco a poco se van asimilando y vemos más claramente las vigas que dejamos atrás.

Yo estoy en ese estado, ya no tanto por ver las vigas que dejo atrás sino por maravillarme de cómo puede ser que haya gente viviendo en donde me encuentro y que a pesar de todo no envidian en absoluto mi situación anterior.

Todo esto viene a raíz de que hace unos pocos días tuvimos una urgencia médica y después de preguntar dónde estaba el hospital acertamos a llegar gracias a que nos guió hasta la puerta el coche de delante, la recepción del hospital era un policía armado en una sala que parecía sacada de la sala de espera de una gasolinera de carretera de las de antes. Una vez puesto en conocimiento del problema nos puso a esperar en la puerta en un lugar lleno de graffitis al lado de una ventana que daba a un patio en el que unos perros salvajes destrozaban una bolsa de basura. Mi hija quería ver lo que hacían los perros pero llegué a la conclusión de que de esas bolsas de basura podía salir cualquier cosa y era mejor no pararse a mirar.

La única prueba que le hicieron a mi hija fue un análisis de orina, para lo cual me dieron un vaso de plástico que había encima de la mesa para que recogiera la muestra, el cuarto de baño solo tenía un wc sucio sin tapa en medio de un charco de origen desconocido pero fácilmente identificable… la niña acababa de ir al servicio y entre el dolor y el asco no tenía más ganas de orinar. La doctora, con un bozal de esos para dar tranquilidad me dio dinero para ir a sacar agua de la máquina y esperamos mientras el agua hacía su efecto viendo pasar aquellos que entraban de urgencia… un par de cadáveres más tarde le entró ganas de mear a la niña y determinaron que tenía una infección aunque yio me preguntaba si no sería caries lo que detectaron en el vaso.
Al comprar el antibiótico en la farmacia dejé en coche con el convencimiento de que era la última vez que lo veía pero no fue así, supongo que no tuvieron tiempo de llevárselo.

Eso sí, no me cobraron por el médico, y a pesar de que simplemente parecía un almacén de enfermos sin medios para tratarlos el trato fue bueno y no me puedo quejar por las personas.Pero la gente se acaba acostumbrando, aquí, allí y más allá y el grado de felicidad de la gente no depende de lo que carece, sino de lo poco o mucho que valore lo que tiene.

4 comentarios:

Titajú dijo...

Vivir se puede llegar a vivir en cualquier lado, pero no parece que haya s encontrado el séptimo cielo, me parece.
De todas formas, en 1986 en el hospital de Pontevedra, en la zona de maternidad había ratas. Y nadie se extrañaba.

Zayi Hernández dijo...

bueno... una cosa es adaptarnos los grandes y otra más complicada, aceptar lo que hay para nuestros chicos... Yo cuando decidí mudarme, me lo pensé 1000000000 de veces y aún habiendolo hecho, no hay día en el que no me cuestione si hice lo correcto.
Yo me mudé precisamente porque en donde vivía las condiciones no eran las mejores a nivel de salud para mi hijo mayor y me vine a donde conocieran más su patología....en eso acerté, sólo que nos ha tocado al resto de la familia adaptarnos.
Un besito

Zayi Hernández dijo...

bueno... una cosa es adaptarnos los grandes y otra más complicada, aceptar lo que hay para nuestros chicos... Yo cuando decidí mudarme, me lo pensé 1000000000 de veces y aún habiendolo hecho, no hay día en el que no me cuestione si hice lo correcto.
Yo me mudé precisamente porque en donde vivía las condiciones no eran las mejores a nivel de salud para mi hijo mayor y me vine a donde conocieran más su patología....en eso acerté, sólo que nos ha tocado al resto de la familia adaptarnos.
Un besito

Outsider dijo...

Tita, sí, bueno... igual si he llegado al septimo cielo... los otros 6 están por encima y son tan grandes que este queda por debajo del nivel del mar.

Zayi, probablemente cuando sean mayores agradecerán haber tenido la oportunidad de haber estado en tantos sitios, pero me temo que serán unas apátridas con una cierta dificultad para contestar a la simple pregunta ¿de donde eres?. De hecho yo contesto con el lugar en el que me crié desde los 2 a los 20, y mis padres siguen allí.