miércoles, mayo 21, 2008

Ecologismo de pankdereta

Lo de pandereta viene de hace tiempo, cuando salíamos de marcha por Valencia y entre los Punks que veíamos los había que lo parecían mucho... pero al final eran descafeinados... de punkdereta...

Y es a lo que me refiero con el título, al falso ecologismo hipócrita que parece reinar en estos lares. No hace tanto tiempo que admiraba desde España, la limpieza ecológica de nuestros vecinos, Holandeses, Alemanes y otros, tildábamos de sucias a nuestras ciudades y nos sorprendía descubrir que aquellos teutones, aquellos bárbaros de antaño, nos enseñaban civismo, ecologismo y amor a la naturaleza...


Una pedorreta... es lo que podemos oír y ver si pulsamos en la imagen... pues ya son unos cuantos años viviendo entre ellos. Aunque no puedo negar que hay áreas en las que nos llevan mucha diferencia; ciertamente, puede que parezcan más mentalizados que nosotros en la protección del medio ambiente, pero solo es eso... mentalización.... A mi, particularmente, me recuerda un poco esa forma de sofocar los gritos de la conciencia, entregando unos céntimos al mendigo o donando unos puntos de los que han conseguido simplemente gastando o derrochando para que traducidos a dinero, no sean más que unos pocos euros con los que enviar juguetes a un paupérrimo y lejano país, dándonos el dudoso derecho a sentirnos bien por haber ayudado a arreglar el mundo.

El último invento que han parido estas mentes "ecológicas" es un pase que en función de las emisiones teóricas de CO2 y otros contaminantes del vehículo, tiene uno u otro color que definirá el nivel de acceso a las ciudades en Alemania. Verde para acceder al centro urbano, amarillo para quedarse en las puertas y rojo... dos piedras, o cambias de coche o tienes la suerte de que el transporte urbano te permite llegar a donde precisas... y a tu coche. Si vives fuera de la ciudad, es una putada relativa, pero ¿que les ocurre a los que viven en el centro? Ya se pueden ir olvidando de hacer la compra de oferta en el súper porque a ver quien es el chulo que mete doce cartones de leche, el detergente, los yogures y la barra del pan en esa bolsa arrugada con la que hay que ir a comprar por no pagar por otra bolsa.... y que decir de los helados, a los que son tan aficionados... deberían meterlos directamente en un tupper y llegar a casa y calentarlos en el microondas... y bebérselos calientes, como la cerveza en según que sitios.

¿Y todo para que?... ¿ecologismo?... si tenemos presente la diferencia de emisiones contaminantes de un vehículo circulando a 100km/h con las que realiza otro a 200km/h, seguramente llegaríamos a la conclusión de que el ahorro ecológico sería mucho mayor si se limitase la velocidad máxima de las autopistas alemanas y no se permitiese simplemente, correr hasta que reviente el coche...

Pero ahí está el quid de la cuestión... correr hasta que reviente el coche... y comprar uno nuevo, claro. Así pasa que los coches se suelen cambiar a los 3 años (en Alemania)... muy ecológico... teniendo presente la energía y las materias primas necesarias para fabricar un coche, pero claro... igual no es casualidad que el motor de la economía del país esté basado en la industria del automóvil. (VW, BMW, Audi, Mercedes...)

El dueño del coche viejo (que no antiguo), ese que contamina, ese que no puede entrar en las ciudades... de momento ha demostrado que su conducción no ha roto aún el coche con el que circula todos los días, ¿será que lo cuida y no lo fuerza? y lo más seguro es que si no ha cambiado de coche, tampoco sea por amor al viejo, será más bien porque carece de la economía suficiente para comprar otro nuevo.

Ya que he mencionado los coches antiguos, estos merecen una atención especial. Sus flamantes dueños, (muchos en Alemania), tienen un coche nuevo que les permite entrar en la ciudad cuando les place y durante los fines de semana, sacan su cadillac de paseo para darse una vuelta por el campo y comprobar la capacidad de la tierra para absorber toda la contaminación que esas viejas carracas son capaces de producir para no ir a ningún sitio en especial.

Pero no para ahí la cosa... después de haber abandonado el vehículo en las afueras de la ciudad, somos de los afortunados que viven en una casita individual y nos dirigimos al centro en el transporte público para poder dar un paseo. Los meses de frío superan (o al menos lo hacían) con creces a los de calor, pero sin embargo en pleno mes de diciembre las calles están repletas de mesas en las que comer o cenar. ¿frío?, que va, para evitarlo ponen unos radiadores debajo de los toldos para calentar directamente la calle... algo definitivamente ecológico...

lunes, mayo 19, 2008

De la sartén al fuego.

Hace poco, en epsilones, Alberto nos hablaba de la cultura que según algunos se debía aprender para poder tener el derecho a trabajar en España permitiéndonos dudar de que muchos de los que nos consideramos españoles seamos realmente paladines de esas costumbres que ahora tanto pretendemos inculcar en esos emigrantes.

Por uno de esos atares del destino, hace ya unos cuantos años que me encuentro viviendo en el extranjero, mi calidad de emigrante puede no ser el paradigma de emigrante que escapa de unas situación de pobreza con los nobles propósitos de sobrevivir o prosperar. No creo que estos emigrantes que nos visitan ahora sean tan distintos de aquellos que contribuyeron con sus divisas a levantar la economía de un maltrecho país después de tantos años de aislamiento. Muchos de los cuales remitieron sus divisas para al final acabar optando por quedarse en el país que les dio ese trabajo que sus locales preferían no tener.

Sus hijos, e incluso sus nietos nos rodean ahora y no hay indicios que nos digan que son distintos a sus compatriotas alemanes en este caso... salvo uno...

Se siguen relacionando mayoritariamente con otros españoles, hijos o nietos de españoles en las asociaciones culturales que ellos mismos fundaron hace más de treinta años... siguen comiendo el pulpo a la gallega (pariente del caracol que aquí causa asco a la mayoría de los locales... para suerte nuestra), el jamón serrano y el chorizo por el que pagan mucho más de lo que vale para poderlo traer desde su tierra.

Al final resulta que no se han abandonado ninguna de las costumbres que tenían hace tantos años y en lugares de mayoría protestante se puede observar que estos no han abandonado sus creencias religiosas, que a mi sorpresa, es mucho mayor que la que observo en España cuando tengo ocasión de pasar por allí (¿Será que la España que abandonaron hace 40 años era mucho más católica que la de ahora?).

Los nietos empiezan a tener dificultades con el idioma y poco a poco se van alemanizando... pero yo me pregunto, ¿que es lo que nos da al final la nacionalidad?

¿Lo es el hecho de haber nacido y vivido en una tierra? ¿Lo es el de compartir unas costumbres, ritos o familia?

En fin... al final ponemos fronteras y nos empeñamos en crear unas nuevas solo para poder diferenciar a los ricos de los pobres y después poner empresas en los segundos para que produzcan a bajo precio los productos que después solo se puede consumir en los que se quedan en el lado rico de la frontera... después, cuando les enseñamos lo que tenemos, nos sorprendemos de que ellos también quieran participar de esa riqueza y les insultamos y vilipendiamos cuando vienen y parecen conformarse con esos trabajos que nosotros no tenemos intención de realizar.... (igual que nos trataban a nosotros cuando nos encontrábamos hace 40 años en la misma situación) pasando de la sartén de una vida que en realidad desconocemos al fuego en el que viven entre nosotros.



viernes, mayo 16, 2008

El placer de la lectura (José Luis Sampedro)

Acabo de recibir este correo, no es que crea que así lo ve más gente, pero bueno...:

"La SGA (Sociedad General de Autores) ataca de nuevo. Escrito y firmado por José Luis Sampedro, escritor, filósofo y buena gente.

POR LA LECTURA

Cuando yo era un muchacho, en la España de 1931, vivía en Aranjuez un Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse, acudía a la escuela incluso los sábados por la mañana aunque no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían cedido, atendía su biblioteca circulante. Era suya porque la había creado él solo, con libros donados por amigos, instituciones y padres de alumnos.

Sus 'clientes' éramos jóvenes y adultos, hombres y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a cada cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari y a Karl May.

Muchos años después hice una visita a una bibliotequita de un pueblo madrileño. No parecía haber sido muy frecuentada, pero se había hecho cargo recientemente una joven titulada quien había ideado crear un rincón
exclusivo para los niños con un trozo de moqueta para sentarlos.

Al principio las madres acogieron la idea con simpatía porque les servía de guardería. Tras recoger a sus hijos en el colegio los dejaban allí un rato mientras terminaban de hacer sus compras, pero cuando regresaban a por
ellos, no era raro que los niños, intrigados por el final, pidieran quedarse un ratito más hasta terminar el cuento que estaban leyendo.

Durante la espera, las madres curioseaban, cogían algún libro, lo hojeaban y a veces también ellas quedaban prendadas.

Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos: algunas lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta en manos de una joven bibliotecaria les descubriera otros mundos.

Y aún más, años después descubrí otro prodigio en un gran hospital de Valencia. La biblioteca de atención al paciente, con la que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los propios enfermos, fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada. Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por las distintas plantas, con largas peregrinaciones y luchas con la administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre abiertos a otras consideraciones, de que el conocimiento y el placer que proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio de libreros en reconocimiento a su labor en favor del libro.

Evoco ahora estos tres de entre los muchos ejemplos de tesónbibliotecario, al enterarme de que resurge la amenaza del préstamo de pago.
Se pretende obligar a las bibliotecas a pagar 20 céntimos por cada libro prestado en concepto de canon para resarcir -eso dicen- a los autores del desgaste del préstamo.

Me quedo confuso y no entiendo nada. En la vida corriente el que paga una suma es porque:
a) obtiene algo a cambio.
b) es objeto de una sanción.
Y yo me pregunto: ¿qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada la adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir con su misión, que es precisamente ésa, la de prestar libros y lectura?

Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación? ¿Acaso dejaron de cobrar por el libro? ¿Se les leerá menos por ser lecturas prestadas? ¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como cuando una fábrica regala muestras de sus productos? Pero, sobre todo: ¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos?

No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi obra.

Sépanlo quienes, sin preguntarme, pretenden defender mis intereses de autor cargándose a las bibliotecas. He firmado en contra de esa medida en diferentes ocasiones y me uno nuevamente a la campaña.

¡NO AL PRÉSTAMO DE PAGO EN BIBLIOTECAS!
José Luis Sampedro
Si estas de acuerdo, pásalo. Por el placer de la lectura"